miércoles, 1 de abril de 2015

La escritura es frustración


Alguien que lee este blog me dijo algo que no llegué a creerme del todo: «En la primera entrada has escrito Whitman donde deberías haber puesto Frost». Yo insistí en que había escrito Frost, ¿cómo voy a equivocarme en eso? Imposible. 

Más tarde llegó la sorpresa: entré en el blog para comprobarlo y... sí, sí que había puesto Whitman. Ahí estaba la palabra, burlándose de mí. Supongo que se debe a que acababa de ver El club de los poetas muertos y se me fue la cabeza. No lo sé. El caso es que los despistes son el día a día de la escritura; Philip Roth lo sabía muy bien: él dijo la frase que ves arriba, encima de mi aspecto cuando me levanto por las mañanas. 

Y ese error no es nada comparado con mis descuidos novelísticos, ya que en textos largos es fácil meter la pata sin parar. Sólo tras corregir el libro unas cinco veces, y más, empiezo a no leer cosas que me hacen fruncir el ceño. Con todo, estoy convencido de que seguiría haciendo cambios hasta el infinito; así que conviene saber detenerse antes de acabar en un manicomio. La clave está, supongo, en tener un buen detector de basura: gran parte de lo que un autor escribe, aun teniendo pericia, es alimento de papeleras. El problema es que nadie tiene un detector que sea infalible; por lo tanto, se debe desconfiar del lisonjero perpetuo, ése que da el visto bueno a todo lo que escribes: o te hace la pelota —sus motivos tendrá—, o no le interesan tus disparates.

La frustración del escritor no acaba ahí, entre onerosas erratas, pues casi todo el trabajo que realiza es invisible: nadie ve los innumerables cambios que hace en un texto, montando y desmontando párrafos como si fuesen rompecabezas. Hay que eliminar redundancias, cacofonías, verbos comodines, construcciones simples. Un duro y largo trabajo de minería que se realiza en las sombras, donde no habrá ningún compañero que te dé una palmada en el hombro al terminarlo.

Una vez hecho lo anterior, el resultado difícilmente podría ser más incierto porque siempre quedan algunas rebabas sin limar, y las editoriales son androides con lenguaje limitado: «No encaja en nuestra línea». Luego está el tema monetario, su ausencia; las letras no dan monedas salvo en casos excepcionales. Mala idea teclear pensando en el vil metal. Y si los que buscan buena reputación logran su meta, no tardan en darse de bruces con el desprecio; desprecio, ojo, no envidia: lo último supone reconocer una superioridad, lo cual es bastante raro. A Bradbury, un tipo muy peculiar, no le costaba nada admitir que tenía envidia de los relatos pergeñados por Sturgeon.

Cabe preguntarse, entonces, por qué merece la pena perder el tiempo creando. Yo he intentado dejarlo un par de veces, pero fue en vano: sólo lo dejan quienes poseen otras ataduras más intensas. El resto sigue hasta la muerte o la extenuación, como Roth. A veces pienso que debería haberme aficionado al rápel.

¡Oh!, se me olvidaba: si mientras leías esto has pensado que en los talleres literarios sí que se aprecia el esfuerzo, te recomiendo hacer clic en el siguiente enlace:

https://elpezvolador.wordpress.com/2008/10/07/talleres-literarios/

Estuve una vez en un taller, pero huí rápidamente en cuanto prohibieron usar gerundios: no permitiré que pongan muros en el único espacio donde puedo ser libre. 

3 comentarios:

  1. Hey Alejandro ¡Extraño aspecto en la mañanas! O.O
    Cuando escribo un texto:
    1º lo dejó unos días y vuelvo luego al texto. Por lo general me gusta lo que escribí y pienso que todo está muy bien.
    2º Re-re-re. Revisar, reescribir y reír. Sí, suelo reírme mucho al revisar (¡entre errores y ocurrencias!)
    3º Cuando termino lo 2º, aun entre risas... a publicar.
    Hemingway decía esto del detector que mencionas en una entrevista de The Paris Review "El don más esencial para un buen escritor es tener un detector de mierda incorporado, a prueba de golpes. Ese es el radar de un escritor. Y todos los grandes escritores lo han tenido."
    Estuviste una vez en un taller literario: admiro tu audacia. Qué bueno que no te atrapó el lado oscuro de la fuerza. Saludos. Diego

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    1. Lo de «la mañanas» refuerza mi entrada xD. Es complicado evitar los despistes, sobre todo si se escribe rápido. No queda otra que repasar y repasar.

      Pues no me acordaba de esa entrevista; sólo se me había quedado en la memoria lo del detector. Gracias por recordarme quién lo dijo. Por supuesto, estoy de acuerdo con él: los grandes son grandes gracias a su detector.

      Prueba a llevar un cuento de Cortázar, u otro buen autor, a un taller: si hay suerte y nadie lo conoce, lo destriparán sin piedad. Yo llevé el del oso y las cañerías.

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