jueves, 30 de junio de 2016

Por qué se escriben novelas


A veces, cuando tengo algo de tiempo, leo artículos que encuentro por ahí, en las profundidades abismales de la red. Suelo tropezar con análisis interesantes sobre la situación actual de la literatura, y he visto una inquietante concomitancia que se repite en muchos de ellos: «Todo aquel que escribe lo hace por una cuestión de ego; desea ser admirado y estar hasta las cejas de billetes». 

Pues bien, como diría Jack el destripador... dejad de tocarme las narices con ese chiste malo y poned otra cosa, carajo. 

Aunque es cierto que entre los humanos existen similitudes ineludibles, tanto física como moralmente hablando, eso no significa que siempre emprendan una acción por el mismo motivo: tú puedes rescatar al clásico gato del árbol porque te da lástima la pequeña dueña que siempre está al lado, y yo porque el gato lleva en el collar la bolsita de diamantes que robé anteayer. No me juzgues, se me da mal esconder los botines. El caso es que ambos hemos realizado lo mismo, pero ¿verdad que hay una leve diferencia? A Montaigne, ese gamberro que hacía pintadas en el techo, le encantaba tratar estos temas. Recomiendo su lectura. 

Desmontada la concomitancia del principio, analicemos ahora por qué un pobre diablo se pone a teclear. Empezaré siendo polémico: hacerlo por dinero es lícito. Hammett escribía por dinero, y no creo que nadie quiera defenestrarlo por ello. Fijaos en quiénes son los que, curiosamente, condenan más ese interés monetario, porque la hipocresía es tan intensa, tan intensa, que va a acabar materializándose en la realidad para forrarse escribiendo basura comercial e insultar después a esos autores advenedizos que desean lo mismo. Las monedas pueden ser un gran incentivo, no el mejor, por supuesto, no el más noble; pero hay a quien le sirve y no tiene ningún problema en decirlo. Claro, podemos hablar de que el arte no debería ensuciarse con el vil metal —escribí hace años sobre ello, y dije que el dinero puede ser la zanahoria que mueve al asno. Saca conclusiones—; sin embargo, lo extraliterario no siempre influye de manera superlativa en el resultado final. El demonio, si se lo propone, podría escribir la obra más hermosa de la historia. Y te lo digo yo, que lo conozco en persona porque trabaja en Vodafone y no deja de llamarme

Piensa esto con detenimiento: ¿quién en su sano juicio escribe hoy por dinero sin ser conocido? Incluso la mayoría de los que publican no ganan casi nada con sus novelas. Así que vayamos pues a la parte más candente: el ego, exceso de autoestima, ansia de ser admirado, aclamado, de caminar sobre alfombras rojas mientras caen pétalos de narciso alrededor. 

Es posible que ese deseo te parezca abyecto, igual que me pasa a mí; no obstante, ¿qué ocurriría si alguien pudiese adentrarse en tu mente y espiar lo que allí se esconde? ¿Podrías atreverte a decirle que nunca has imaginado nada parecido? ¿O peor? Antes de recurrir a las crucifixiones, que es lo que suele hacerse, conviene saber que los santos no existen. Si dentro de dos días llegase el milenarismo —¡el milenarismo va a llegar!—, a muchos se les pondrían los pelos como púas de acero. De todos modos, el autor ha de darse cuenta, antes o después, de que esos sueños son tonterías. A Foster Wallace le gustaba la idea de ser un ídolo, y mira cómo acabó. En mi opinión, no hay nada mejor que tener una vida tranquila y anónima, así que comulgo con las actitudes de Salinger o Pynchon. Las obras son lo interesante, no los autores. Dicho esto, las ansias de ser una estatua dorada también pueden ser otro estímulo válido..., aunque sea un poco estúpido. Lo que ha de quedar claro es que hay más conceptos que espolean a las plumas. No todo es un cúmulo de escritores arribistas con afán de firmar autógrafos hasta quedarse con muñones. 

Que los humanos escriben por enseñarle al mundo lo fabulosos que son es, por lo tanto, una verdad a medias. Se pueden tener motivos diferentes, o hasta ésos mezclados con otros.

Conozco a varias personas que lo hacen sólo por entretenimiento. Supongo que será difícil de creer para algunos, pero es cierto: trabajan en historias que luego guardan en un rincón y se olvidan de ellas. Su meta es la escritura en sí misma, la cual les proporciona un placer inmediato. Esto es raro porque, en general, a los autores veteranos les gusta haber escrito, no el acto en sí. Observa que he puesto el adjetivo «veterano» porque con este arte se da una curiosa paradoja: cuanta más experiencia tiene uno, más difícil se vuelve eso de juntar palabras. Sabrás que alguien es nuevo cuando afirme que escribió su libro en un par de semanas.

Luego están los que quieren hacer denuncia social, introducir sus ideas en interesantes argumentos que enganchen al lector. Esto lo veo como algo positivo —qué voy a decir, si yo mismo lo hago—, aunque debe tenerse cuidado con ciertos pensamientos; estarás de acuerdo conmigo en que sobran las apologías del nazismo, por ejemplo. No se trata de censura, sino de sentido común; esos planteamientos pueden desarrollarse si se hace con cuidado. Lolita, de Nabokov, trata el tema de la pedofilia correctamente, y en ningún momento te imaginas al autor como un depravado. Creo que hacer denuncia social es una de las metas más dignas, pues quien está detrás de esas obras suele enfocar su atención a lo que importa de verdad. Generalizando, dudo que se limiten a pensar en monedas y reputaciones, en caer bien a su público, conseguir aliados y sacar toda la tajada posible.

¿Y qué pasa con los homenajes? Hay escritores que continúan el trabajo de un fallecido, ya que éste poseía un imaginario memorable. ¡Usan el mundo de otro! ¡De otro! Qué horrible debe de ser tragarse así el ego, eh.

¿Y los Fanfics? Los foros de internet están llenos de relatos donde sólo se busca la diversión, nada más. No se obtiene nada con ellos, salvo pasar un buen rato con tus personajes favoritos. Antes escribía fanfics de Warhammer y Star Trek, entre otras frikerías. Eran malísimos, pero yo me lo pasaba en grande y sé que los lectores también. Y bastaba con eso, en serio. Este mismo blog tiene relatos que no aspiran a ganar uno de tantos concursos de popularidad premios literarios que se celebran cada año, listos para dar a conocer autores inéditos...

También es posible que un sentimiento extremo, un paroxismo, se convierta en el brote de una gran historia. Depende de cada individuo. Recordemos que los humanos son, aunque se intente lo contrario mediante la disciplina, heterogéneos; por ende, es un error meternos a todos en el mismo saco. Casi puedo ver a Foucault asintiendo con la cabeza por lo que acabo de decir..., y señalándome la hora porque se me ha hecho tarde.

Nos vemos en la siguiente demencia. 

miércoles, 8 de junio de 2016

Coediciones a montones


Supongo que a estas alturas todo lo que rodea a las sospechosas coediciones es una perogrullada, un asunto archiconocido; pero la enorme cantidad que recibí de ellas me dejó tan asombrado que debo quejarme un poco; no mucho, sólo lo suficiente para no caer en la tentación de subirme a un Sherman y buscar pseudoeditores. 

Unos meses atrás, cuando aún buscaba editoriales pequeñas que se atreviesen conmigo, recibí un mensaje que me dejó el pelo completamente blanco, como el científico de Regreso al futuro. Comenzaba más o menos así: «Querido autor, gracias por confiar en nosotros. Enviaré su texto al comité de lectura y en dos semanas recibirá su respuesta». ¡Dos semanas! Seguro que ese comité está compuesto por androides... o no existe. Aunque yo ya me veía venir el timo y pensé en mandarles cariñosamente al cuerno, opté por esperar. Quién sabe, lo mismo sí que es verdad eso de los androides. 

Dos semanas después, tenía una oferta en la que debía vender ciento cincuenta ejemplares en la presentación. Incluso se tomaron la molestia de enviarme el contrato y todo, es decir, de metérmelo por las narices. Tuve ganas, otra vez, de enviarles una respuesta llena de amabilidad y cariño; sin embargo, preferí ignorarles con la esperanza de que se olvidasen de mí, porque yo para ellos debía de ser otro mindundi al que timar, un tipo sin importancia alguna. Y acerté: no volvieron a contactar conmigo. Desgraciadamente, será difícil olvidar lo que me dijeron sobre esos libros que debía vender: «Así los autores se toman en serio la promoción de sus obras. De otro modo se van de picos pardos y se desentienden». 


Ojalá lo anterior fuese una rareza, la excepción que confirma la norma; pero la realidad es que ese tipo de editoriales ha aumentado durante los últimos años, y es increíble hasta dónde son capaces de llegar para meterse a los incautos en el bolsillo. Aún recuerdo una entrevista que le hicieron al editor de Ediciones Oblicuas, donde el tipo afirma ser un defensor del desgraciado juntaletras bisoño. Pobre juntaletras, cómo abusan de él esas editoriales que no le publican... menos mal que ese editor —por un módico precio, claro— llevará su historia a la inmortalidad del papel. Qué justiciero, qué maravilla, casi se me caen las lágrimas. Necesitamos más superhéroes como él. 

El caso es que estos negocios funcionan, pues se aprovechan de la ingenuidad que domina a muchos autores primerizos. Yo mismo habría caído en la trampa si no fuese extremadamente desconfiado. Tuve suerte porque alguien me enseñó una valiosa lección cuando era muy joven; otros la reciben más tarde y con devastadoras consecuencias. Además de la ingenuidad, tenemos otro factor importante: los lectores. La mayoría ignora lo que se cuece dentro del mundillo, y una gran parte hace gala de un axioma devastador: si no está publicado en papel, no merece la pena. Aún más: si un autor no publica en papel, no es un autor de verdad. Podríamos decir que, para muchos, las páginas impresas son la prueba de fuego, el ritual de iniciación; en consecuencia, hay quien se deja llevar y paga lo que sea para que le editen. Así, lleno de orgullo, podrá elevar la nariz hasta el techo y afirmar que es escritor. Y pocos se lo negarán.

Entretanto, yo he tenido la oportunidad de leer varias novelas inéditas que deberían estar publicadas desde hace años. Lo merecen por su calidad, por el empeño y la experiencia que destilan. Es la necesidad de ventas lo único que las deja en la sombra. O vendes, o mueres. ¡Viva el mal, viva el capital!