domingo, 23 de octubre de 2016

Pinball


Siglos atrás, cuando mi mentor me transformó en un pálido inmortal, tuve el arrojo de adentrarme en un recinto llamado Pryca —hoy Carrefour— con la intención de echar unas monedas al magnífico Samurai Shodown. Debes saber, si eres muy joven, que antaño era sencillo encontrar salones recreativos en distintas partes de la ciudad, supermercados incluidos. Y ese juego de lucha ocupaba un lugar de honor entre el resto de títulos que intentaban destacar por aquel entonces, como Metal Slug y compañía. 

Desgraciadamente, no estaba el Samurai porque lo habían sustituido por un extraño juego japonés que no recuerdo, uno táctil; así que me vi obligado a buscar una alternativa para darle un par de bofetadas al tedio. Al final, tras un eterno paseo, me percaté de que ya no quedaba allí ninguna de las recreativas a las que yo solía prestarle atención. Ni Toki, ni Ghosts'n Goblinsni siquiera un «yo contra todos» tipo Knights of the round. Los tiempos estaban cambiando y ya no quedaba espacio para esas reliquias; la moda consistía en tocar las pantallas, una fórmula que hoy se ha trasladado al condenado móvil. Supongo que asistí, en primera fila, al ocaso de las grandes sagas, a los últimos estertores de un negocio moribundo. 

Pero hubo algo que iluminó aquel día y lo hizo inolvidable: un grupo de Pinballs supervivientes que, colocados en un oscuro rincón, aún emitían sus luces y pitidos característicos. Los que se basaban en célebres películas de los años noventa tenían una pinta fenomenal, pero fue Attack from Mars el que logró deslumbrarme. Ojocuidao: aunque parece estar inspirado por Mars Attacks!, no es así. Se trata más bien de un cliché popular transformado en Pinball, o dicho de una manera más clara: un matamarcianos con Flippers. Los cuatro brazos de los alienígenas recuerdan a Burroughs, eso sí. Digamos que la mesa no destila originalidad; sin embargo, el enorme platillo volante del fondo y las figuritas de los marcianos me invitaron a probar. No tardé en descubrir que ambos elementos eran cruciales para conseguir altas puntuaciones: el platillo podía ser derribado..., y los cuatro alienígenas, que a veces temblaban simulando un ataque a la tierra, debían ser eliminados mediante disparos certeros.

Maravilloso.

Gasté unas cuantas monedas en aquella máquina, y regresé unos cuantos días más para superar mi récord... hasta que se la llevaron, a ella y a sus compañeras: en su lugar, sólo quedaba un hueco sombrío. Luego me di cuenta de que yo era el único que visitaba la diminuta «zona pinball», el último loco que se divertía con esas antiguallas. Ojalá las hubiese descubierto antes, porque dan muchísimas horas de entretenimiento y cada una es diferente, tiene sus propios objetivos. En Monster Bash, por ejemplo, un grupo de monstruos clásicos quiere formar una banda musical.

La buena noticia es que hoy podemos recordarlas gracias a un gran simulador: Pinball Arcade. Es caro, pero también es lo más cercano a tener enfrente una mesa real. Por supuesto, Attack from Mars figura entre las muchas opciones disponibles.