martes, 24 de enero de 2017

Menzoberranzan


Me temo que, como el asno de Buridán, a veces me resulta imposible decidir qué camino tomar, qué tema va a hacerme volver por aquí... y al final lo más fácil es dedicarme a otros menesteres. Si algún día consigo ordenar el caótico trastero que hay en mi cabeza, habrá un mayor número de entradas. 

Lo que sí ordené y limpié fue mi extensa colección de libros, porque me di cuenta de que el polvo estaba acumulándose demasiado, formando montañas cuyos desprendimientos podrían enterrarme vivo; así que, tras ponerme el traje antirradiación y coger un plumero, me puse manos a la obra. Tardé casi dos horas en adecentar los mil y pico ejemplares de los anaqueles: aquí filosofía, acá historia, allá criminología, allí literatura clásica. Los rostros de los autores decimonónicos parecían mirarme con desprecio mientras les pasaba el trapo, cosas de la época, supongo; muy aristocráticos para la limpieza. Lo interesante llegó cuando encontré un pequeño grupo de novelas que tenía olvidadas en un rincón. Eran de Salvatore e iban de un elfo oscuro, El elfo oscuro. Sin duda, Drizzt es la creación que llevó a ese autor a la fama.

Como había pasado una década entera desde la última vez que las leí, me pareció interesante darles un repaso y descubrir hasta qué punto era fan de ellas; es decir, hasta qué punto fui subjetivo a la hora de comentarlas en blogs y foros, porque en aquel entonces me limitaba a disfrutar de la lectura sin más, no a analizarla para aprender. De todos modos, mi primer intento terminó en fracaso: aunque no le daba importancia a las numerosas y banales grietas que hallé en los textos de Salvatore, fui incapaz de perdonar el insistente reciclaje de conceptos. 

Y ahora, antes de seguir, quiero dejar claro que lo que viene no es una reseña, sino mi opinión, mis impresiones; por lo tanto, destriparé la historia sin piedad. Vete de mis tierras si aún no la has leído.

El primer trabajo de Salvatore sobre Drizzt fue El valle del viento helado, una trilogía donde uno puede percibir que el personaje, a pesar de que le faltan leves retoques para dejarlo pulido, irradia carisma. Podría vender bastante por sí solo, sin necesidad del clásico grupo acompañante. En general, esta parte de la extensa historia me parece correcta, cumple los requisitos necesarios para entretener. Tenemos protagonista aparentemente ambiguo —Drizzt parece regodearse con las muertes de sus enemigos y manifiesta cierta crueldad, rasgo que fue eliminado después—, compañeros de distintas razas, antagonista poderoso y un archienemigo pertinaz que casi está a la altura del héroe. El ritmo es rápido y los combates aparecen con regularidad, lo cual es perfecto para los lectores más jóvenes. Además, se nota que el autor tiene pasión por la fantasía, una pasión vívida que se transmite en cada página. Puede que su obra no esté a la altura de Howard, Sapkowski o Moorcock; pero es divertida. ¿Y no es eso lo que importa?

Lo malo, lo que puede hacer que algunos salgan huyendo, es que no hay nada nuevo en estos libros; cada uno de los elementos que aparece en ellos son topicazos. Wulfgar es un señor de aspecto nórdico que usa un martillo mágico..., un arma que regresa a su mano tras ser lanzada; Cattie-Brie es una mujer que lleva un arco..., ¿o lleva un arco porque es mujer?; Bruenor es el enano tipo, o sea, el enano que puedes encontrarte en multitud de libros y películas, y el hechicero malvado carece de interés porque sabes que morirá pronto, que sólo es un secundario de paso. Sólo se salvan el elfo y Entreri, el asesino; sin embargo, no ayuda que éste termine retando a Drizzt por un motivo que a esa clase de hombres le parecería baladí. Asimismo, los escenarios carecen de ese algo especial que tienen los ofrecidos por otros autores, son demasiado vulgares. Y... ¡Me olvidaba del halfling, claro! Hay un halfling. Es pequeño, es cobarde. Es un halfling.

Con todo, la primera trilogía funcionó en las tiendas y el público quiso saber cuáles eran las raíces de ese elfo tan misterioso. Salvatore tomó nota y escribió El elfo oscuro, la precuela que narra los comienzos de Drizzt. A mi parecer, en ella se encuentra la parte más jugosa, con más enjundia: la trama transcurre en Menzoberranzan, la tenebrosa ciudad subterránea de los elfos oscuros —Drows—. Éstos son pragmáticos, aviesos, traicioneros; no querrías que estuviesen en tu vecindario. Tienen una sociedad matriarcal donde los varones, incluido nuestro protagonista, son prescindibles, y las mujeres se dedican a buscar el favor de la siniestra diosa-araña. Drizzt, que nace en dicha ciudad, se percata de que es diferente a los miembros de su raza porque él posee una inclinación hacia el bien, igual que su padre. En estas páginas se nota que Salvatore ya tiene claro hacia dónde quiere llevar a su personaje estrella: no tendrá ambigüedades morales, sino una bondad superlativa. Será un «monstruo con corazón».

Esto ya es otra cosa, colega; esto sí es fresco e interesante. La fórmula del monstruo bueno en medio de la maldad crea un contraste genial que mantiene tus narices pegadas a los libros hasta que los terminas. No es tan fascinante como Elric de Melniboné, uno de los pocos personajes que son ambiguos de verdad; pero basta para entretener y posee un encanto propio. Drizzt, desde niño, debe aprender a sobrevivir en un mundo del que no forma parte, porque las traiciones acechan en cada esquina y él adolece de ingenuidad. Por suerte, no existe en Menzoberranzan un guerrero que supere a Zaknafein, su padre, el cual desea entrenar a Drizzt hasta convertirlo en un luchador temible. Eso le da a Drizzt la herramienta principal para enfrentarse a las peliagudas situaciones que hallará en su camino hacia la superficie, donde conocerá a su segundo mentor..., y así volverá a repetirse el clásico desarrollo maestro-alumno. Del legendario maestro de armas pasamos al druida Montolio, personaje carismático y bien construido.

Aunque la precuela es, sin duda alguna, lo mejor que ha escrito Salvatore sobre Drizzt, ya pueden observarse en ella dos taras que irán repitiéndose en futuras entregas: reciclaje de ideas anteriores —vuelve, verbigracia, a aparecer una torre mágica, y no será la última vez—, y el uso de combates superfluos para rellenar o detener una línea argumental. Esos detalles onerosos suceden pocas veces, pero suceden. En El elfo oscuro pueden pasar desapercibidos, incluso puede que al lector no le importen; sin embargo, van volviéndose más pesados a medida que se avanza en las siguientes obras.

Tras otro éxito de ventas, el autor no dudó en continuar las aventuras de Drizzt con El legado del Drow, una tetralogía que retoma la trama de El valle del viento helado. No está mal, tiene sus momentos; pero tanto el decorado como los personajes vuelven a ser un montón de clichés. Al leerla se echa de menos la ciudad Drow y las tropelías de sus habitantes. Y Salvatore comete el clásico error que suele aparecer en los guiones televisivos: hacer que alguien se vuelva imbécil para atenuar su final. Eso consigue, amén de cargarse al personaje, que su muerte se pueda predecir. En este caso hablamos de Wulfgar, el bárbaro pavisoso que lleva un Mjolnir a dos manos. Si he de ser sincero, yo agradecí que desapareciese y recé al todopoderoso Mario Bros para que no volviese... Mario me defraudó, porque como dice el lugar común: «Mala hierba nunca muere». Wulfgar regresa en las últimas páginas; regresa innecesariamente. Debo separar el adverbio en sílabas para que quede claro: in-ne-ce-sa-ria-men-te. Habría sido mejor que nuestro amigo vigoréxico se quedase entre bambalinas, porque se convierte en un tipo atormentado que no deja de recordar las torturas que sufrió a manos de los demonios.

Del Legado me gustó, sobre todo, la amena batalla entre las fuerzas del bien —enanos, elfos y humanos— y el ejército de Menzoberranzan. En ella toman parte algunos personajes la mar de pintorescos y simpáticos, como el hechicero que monta a Saltacharcas, un caballo-rana, o el enano camorrista cuya armadura está erizada de pinchos. También me agradó la aparición de Cadderly Bonaduce, el protagonista de la Pentalogía del clérigo. Y el combate final con el balrog demonio Errtu me parece espectacular, muy emocionante. Por desgracia, queda un poco empañado por la reaparición de la torre de cristal, ya que algunas escenas traen recuerdos demasiado recientes del valle para quien no deje pasar largo tiempo entre lecturas. Podría afirmarse, en definitiva, que El legado tiene sus más y sus menos: aunque hay partes forzadas y poco originales, mantiene un nivel aceptable durante unos cuantos capítulos.

Y llegamos a Sendas de tinieblas, lo último de la colección que compré porque fui incapaz de seguir: ¿otra vez Wulfgar y Drizzt se van a combatir solos? ¿Otra vez la torre de cristal? ¿Otro combate entre Drizzt y Entreri? Demasiado reciclaje, y aun así, el encanto de los protagonistas hizo que continuase leyendo hasta llegar a una parte que consideré —y todavía considero— insufrible: de repente hay un quiebro en la trama y se convierte en un culebrón medieval con personajes nuevos y vacuos. Podría ser el guión de una teleserie mediocre, o de una película dirigida por Uwe Boll. ¿Un noble que se enamora de una campesina? Uf. ¿Y la campesina no lo quiere porque está enamorada del joven aldeano por el que todas suspiran? Uf, uf. Recuerdo que todo eso fue lo que logró hacerme dejar la lectura y olvidarme de ella. Esta vez, en cambio, me tapé la nariz y leí esos episodios con la esperanza de que desembocasen en algo mirífico. Y no fue así: mejoran un ápice cuando, al fin, encajan con el camino de Wulfgar; pero no dejan de ser un coñazo, escenas plúmbeas y manidas. Lo peor es cuando el bárbaro recuerda sus torturas por millonésima vez. ¿Cuántas veces debo leer las mismas descripciones?

Lo admito: aún soy incapaz de terminar Sendas de tinieblas. Quizá vuelva a intentarlo dentro de un tiempo.

De esos últimos libros destaco las profundas reflexiones de Drizzt:

«Creemos que comprendemos a aquellos que nos rodean. Las personas a las que conocemos tienen unas pautas de comportamiento, y cómo nuestras expectativas de cómo van a comportarse se cumplen una y otra vez, nos convencemos de que conocemos el corazón y el alma de esas personas.

A mí me parece que es una idea arrogante, ya que uno nunca puede comprender verdaderamente el corazón y el alma de otra persona, uno nunca puede valorar verdaderamente qué piensa o siente otra persona respecto a experiencias que uno ha vivido o que le han contado. Todos buscamos la verdad, sobre todo dentro de nuestro pequeño mundo, del hogar que nos hemos construido y de los amigos con los que lo compartimos. Pero me temo que la verdad no es tan evidente cuando hay seres humanos de por medio, que son muy complejos y cambiantes». 

2 comentarios:

  1. La fascinación de los elfos oscuros es palpable, contrapuestos con sus primos de la superficie. He leído la primera y la segunda trilogía y también la pentalogía del Clérigo (que recuerdo con bastante desgana) y me parece que Salvatore en general (y Drizzt en particular) está sobrevalorado incluso para los aficionados a los Reinos Olvidados y Dragones y Mazmorras. Aún así, cada vez que echo mano a uno de estos libros, me dan ganas de tirar unos dados. Por eso, aunque algunos libros de esta franquicia son penosos, alguno cae de vez en cuando.

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    1. También pienso que Salvatore está sobrevalorado, porque sus obras suelen estar rodeadas de ditirambos. Supongo que se debe a que sus lectores son, en general, muy jóvenes; así que es comprensible. Yo tengo muy buenos recuerdos de «La sombra carmesí», pero no me atrevo a una relectura...

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