jueves, 23 de noviembre de 2017

Las torres del olvido


—El mundo no puede ser completamente perverso.
—Es peor. Es Estúpido.

Creo que el título original, El mar y el verano, tiene menos garra que Las torres del olvido, que además sintetiza la obra a la perfección; así que me quedaré con este último. Diez puntos para Jordi Gubern, el traductor, o para quien haya sido el responsable de ese cambio. Esto es subjetivo, claro; habrá a quien le guste más el otro.

Turner parece ofrecer lo mismo de siempre: extrema dicotomía social en un futuro no muy lejano. Sin embargo, va más allá, crea un mundo ominoso y turbador que es difícil de digerir porque podría ser el nuestro dentro de un tiempo. No se trata simplemente del clásico combate de boxeo entre ricos y pobres, sino de un sistema enfermo que avanza hacia su destrucción sin que nadie pueda evitarlo.

Las clases se dividen en supra e infra. Los primeros son muy escasos y, por supuesto, gozan de todos los privilegios posibles. Se consideran superiores a los infra; pero viven con un miedo perpetuo que esconden en lo más profundo de su mente, pues en cualquier momento pueden ser sustituidos por máquinas y arrojados al infierno de la miseria. Sus comodidades son, en consecuencia, efímeras: la pobreza acabará alcanzando a todos. Los segundos, en cambio, viven hacinados en inmensas torres, intentando sobrevivir con los pocos recursos que poseen. Alrededor de ellas está la periferia, zona donde habita una clase media depauperada. Muchos supra acaban ahí y eso los destroza; las torres están más cerca, a la vista, llenas de salvajes infra.

Como es una obra coral, no hay un protagonista definido: la trama avanza a través de diferentes puntos de vista. Eso ayuda a comprender mejor los motivos de las dos posiciones, ahondar en las ideas inmanentes a cada conjunto de la sociedad. Todos los personajes poseen el suficiente carisma para no precipitarse en la monotonía, lo cual tiene su mérito; aunque es inevitable que unos fascinen más que otros. Al principio, la novela se centra en una familia de supra que, como tantas otras, cae en la desgracia porque el marido pierde el empleo. El autor muestra así el terrible contraste entre ambos mundos: transición rápida y descripciones descarnadas. Hoy eres un supra que vive cómodamente en su casa moderna y acogedora; mañana, un infra que contempla al mar con recelo, pues éste no deja de avanzar año tras año, espoleado por el efecto invernadero.

Me parece destacable la evolución de los personajes, sobre todo de los más jóvenes, porque juega con la sorpresa: las impresiones que causan al principio difieren mucho con las del final. Asimismo, la atmósfera de fatalidad que irradian las páginas es notable; casi logró que dejase el libro a la mitad porque me abrumaba demasiado. Y eso nunca me había ocurrido, ni siquiera con los tres mosqueteros distópicos —Orwell, Huxley y Bradbury—. Esta entrada es, por lo tanto, más una recomendación que otra cosa; no he visto nada negativo en Las torres..., salvo, quizá, algunas pequeñas partes que podrían podarse sin pudor porque aportan poco.

Excelente novela. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario